domingo, septiembre 24, 2006

Otra del sábado

Uno. La votación íntima

Ya había dejado de llover cuando empezamos a oír que del Zócalo venían como en ola silbidos y gritos intentando aplacar el ruido para que se pudiera escuchar lo que se decía en el estrado principal. A regaños se calló la entusiasta del micrófono, ubicado en la esquina de Madero y Palma sede de la mesa de la Cuauhtémoc, que con maestría insondable había condensado en su repetitivo monólogo horas de debate que todos los presentes habían entablado consigo mismos, y con sus amigos, durante los días previos. Poco previsores, apenas encontramos un lugar del sonido donde se pudieran distinguir pedazos de los discursos. El ejercicio simbólico que siguió confirmó la imagen que una escritora famosita dejara flotar acerca de las consultas en la plaza mayor: en esos momentos críticos, dice, la comunicación entre El Preciso y cada uno de los asistentes a las asambleas se lleva a cabo en un territorio casi personal, de tan cercano, donde la gente no necesita mediación alguna, prueba de lo cual es el hecho de que a cada frase del líder los convocados responden en voz de diálogo al que de lejos le habla, como en una charla entre amigos. Por eso fue que cuando Tania me aseguró que había por ahí gente con tarjetas de “escrutador”, contesté de inmediato que qué desperdicio, qué redundancia, dada la eficacia de la comunicación personal, inmediata, por vía de la cual a la hora de la votación alguien escrutaría con precisión las voluntades desde el estrado. Toda incredulidad desapareció cuando el gatillo del sonido hizo explotar el momento central de la tarde: todos alzamos decididamente las manos sobre la primera de las opciones a votar, con la certeza ciega de que en algún punto inescrutable el radar del escrutador registraba cada mano. Sólo las miradas frías que nos rodearon a los escasos excéntricos que votamos por la coordinación y no por la presidencia, nos sacaron del cálido rincón en el que la colectividad departía consigo misma. Entonces la calle se volvió a poblar de gente, los cuerpos volvieron a tomar cada uno su forma, independiente, personal. La calle era una multitud de la que, de pronto, algunos quedábamos irremediablemente escindidos. Pensé en la inmoral eficacia de la idea Borges, preclaro como siempre en esas cosas del interés común: “los políticos no deberían ser personas públicas”. Sin afán de ofender, pues.

Dos. La olla es el mar

Pasando de la ironía. La idea del apoyo útil a la CND puede sintetizarse en que, a pesar de los asegunes de sus mecanismos y las prácticas de su dirección, la Convención tiene el potencial de convertirse, de alguna manera u otra, en un canal que lleve el agravio y el reclamo de justicia social y política a un cuerpo programático e ideológico capaz de renovar el espacio político. Habrá quien piense que desde la verticalidad exhibida no hay forma posible para esa transmutación, dado que las “fuerzas vivas” o “el pueblo” no tiende espontáneamente a la organización horizontal, ni el poder a distribuirse equitativamente. Otra posibilidad es asumir que el conflicto hay que enmarcarlo como una fractura irresuelta de la clase política (el tercero al que no dejan entrar, para volver a la vieja tesis priista del péndulo: alternar los extremos produce estabilidad), en la que se acude a los sectores populares amplios a manera de plebiscito para forzar la apertura de esa clase, y que tal combinación no tan mala frente a la perspectiva de que la exclusión social y política actual se profundice. No veo una gran distancia ideológica entre estas tres posturas, sino matices, posibilidades que se han multiplicado subdividiéndose hacia adentro en un espacio de posibilidad cada vez más pequeño. El efecto embudo que produjo la campaña electoral (“de las mil cosas importantes en la política, diez son las decisivas: Peje o Fecal”), al parecer, todo lo coloniza.

Tres. Imaginando la cocina

Sin afán de concluir un carajo, más bien de empezar. “El infierno de los vivos no es algo que será -confiesa Marco Polo al Gran Khan-; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos; aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos; buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”. De Las ciudades invisibles, Italo Calvino.

salud y regurgitación

fco

----

No hay comentarios.: