miércoles, enero 09, 2008

de Primavera negra

Para quien se ve obligado a soñar con los ojos abiertos, todo movimiento está a la inversa, toda acción se quiebra en fragmentos del caleidoscopio.

Creo, mientras marcho en medio del horror del presente, que sólo aquellos que tienen el coraje de cerrar los ojos, aquéllos permanentemente ausente de eso que llamamos realidad, tienen el poder de afectar nuestro destino.

Creo, frente a este lúcido y amplio horror de la vigilia, que todos los recursos de nuestra civilización serán inadecuados para descubrir el granito de arena necesario para transformar el estancado, el estupidizante equilibrio de nuestro mundo.

Creo que sólo un soñador que no tema ni a la vida ni a la muerte descubrirá este punto infinitesimal de fuerza que convertirá instantáneamente el cosmos en un ruido. Ni por un momento he creído nunca en la lenta y penosa, la gloriosa y lógica, la ingloriosamente ilógica evolución de las cosas.

Creo que todo el mundo, no sólo la tierra y los seres que la pueblan, no sólo el universo cuyos elementos hemos definido, incluyendo los universos como islas fuera del alcance de nuestra vista y de nuestros instrumentos --sino que todo el mundo, el conocido y el desconocido, está patas arriba, y grita de locura y de dolor.

Creo que, si mañana se descubriera el medio de volar hasta la estrella más remota, hacia uno de esos mundos cuya luz, según nuestros siniestros cálculos, no llegará hasta nosotros hasta después que la Tierra se haya extinguido, creo que si mañana fuésemos trasnportados a esa estrella, en un tiempo que todavía no se ha iniciado, encontraríamos un horror idéntico, una miseria idéntica, una locura idéntica.

Creo que, si adecuamos nuestro ritmo al de las estrellas que nos rodean, y evitamos milagrosamente el choque, es porque estamos también ligados al destino que trabaja simultáneamente aquí, allá, más allá y en todas partes, y que no habrá escape posible a este destino universal a menos que, simultáneamente, aquí, allá, más allá, y en todas partes, cada uno y todos, los hombres, las mujeres, las plantas, las bestias, los minerales, las rocas, los ríos, los árboles y las montañas... lo quieran.

H. M.

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