Vine a Comala.
No vine a Comala buscando a mi padre. Sé en dónde está, nunca estuvo ausente. Sus restos se encuentran en otro pueblo, lejano, que, con esfuerzo, puede imaginársele parecido al de Pedro Páramo. Pero vine hasta acá porque, es cierto, los muertos me asedian.
Llevo semanas de acumular lágrimas que no se vierten, que no se verterán. El motivo no es mi orfandad, las ausencias de mi padre y de mi madre, aunque en las últimas semanas, ella, en sueños, viene, no para solicitarme algo, sino como si estuviese empeñada en hacerme compañía en los dislates de mi vida. Me consuela no ser como Juan Preciado, comprometido con una encomienda de su progenitora, ya casi muerta, y sin embargo, comparto su experiencia, en mi caso intuida, en la de él, vivida: percibirse penando en las añosas y polvosas calles de un pueblo abandonado, o vale decir, de una vida en declive.
Me veo divagando por sus calles fantasmales, áridas, agrietadas. Vine a Comala para ver si Rulfo, si Arreola, si Yáñez, tienen la gentileza de hablarme sobre esos mundos en que los muertos siguen viviendo su vida, con todo a cuestas: sus anhelos, frustraciones, chismes, conflictos, escasos logros, humor, y a veces hasta enjundia, aunque, por momentos, pierdan la memoria de sí; a que me cuenten si la eternidad es la muerte deambulando como si fuese vida.
Como a todos, me han repetido hasta la saciedad que somos los vivos los que pensamos, traemos al corazón a los muertos, pero sospecho que esta es una media verdad. Ahora que se habla de universos paralelos, puede ser que los ausentes anden presentes en su propio territorio, uno ajado para nosotros, uno de los posibles para ellos. Tal vez, esa vida mía que ahora me parece fantasmal, es un loop infinito en otro lado, allí donde enterrado en un sarcófago, como Juan Preciado, escucho ruido, conversaciones, imagino mundos, cuento cuentos, me carcajeo de ese modo resignado en que narro lo irremediable, ensayo palíndromas, siempre atento al filo del agua que vendrá a inundarlo todo o quizá a fertilizarlo: el suceso que haga estallarlo todo.
Quizá ese otro universo no me requiera en absoluto para andar su andar. Vine a Comala porque necesito explicarme los ecos de una vida fantasmal, la mía, la que fue, la que ya no es, la que no será, pero parece persistir en algún lugar. Hoy vine a Comala a preguntarle a aquellos escritores si alguna vez el fardo de la vida se aligera, porque en aquel otro mundo que narran, parece tener también el suyo, igual de pesado.
Vine a preguntárselo a ellos porque a pesar de sus obras literarias, no fueron los mejores seres humanos. Sospecho que, como hace poco algunas literatas repitieron, hay lugares en los que puede y debe decirse todo, pero, ¿podemos decirlo todo sin siquiera haberlo rozado, vislumbrado, atisbado de alguna manera? A veces pienso que escribir es asumir la terrible y abominable condición de sí. A eso vine a Comala. A escuchar los murmullos de sus calles, del decir de ellos, de este mundo mudo que brega por habitarme…
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